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En Neverstopmoving_pk encontrarás un enfoque único para afrontar la enfermedad. Creemos en la capacidad de transformación mediante la comprensión y el empoderamiento personal. Acompáñanos en este viaje de descubrimiento y bienestar.

Cristina Zapata, La Fortaleza También se Llora

Justamente hoy me encontré con Lola, una excompañera de trabajo con la cual coincidí hace más de quince años. Lo último que ella sabía de mí era que me habían operado de un tumor cerebral. Nos encontramos en un súper, y entre nosotras siempre había habido muy buena onda; nos compenetrábamos muy bien, y las dos éramos igual de locas.

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La Insoportable Necesidad de Justificarse

Hay algo más agotador que el cuerpo cuando duele, cuando no responde, cuando se vuelve ajeno: la mirada de los otros.Esa mirada que observa, que calcula, que evalúa tu gesto, tu paso, tu día bueno, tu publicación alegre, tu noche de fiesta, tu ropa deportiva, tu silencio. La mirada que exige explicaciones incluso cuando tú apenas si logras comprender lo que estás sintiendo.

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Párkinson y el calor: ¿Por qué el verano puede ser tan difícil?

Para muchas personas, el verano es sinónimo de vacaciones, sol y alegría. Sin embargo, para quienes vivimos con la enfermedad de Párkinson, esta estación puede convertirse en una verdadera pesadilla. El calor no solo intensifica los síntomas físicos, sino que también tiene un impacto profundo en el bienestar general. Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Qué tiene el calor que desestabiliza tanto a nuestro cuerpo?

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Más allá del diagnóstico. Maribel y Alan: Amor, Risas y Párkinson

A veces, la vida nos sorprende cuando menos lo esperamos. En un camino marcado por el Párkinson, una enfermedad que muchos creen que solo resta, hay quienes descubren que también puede sumar. Esta es una historia de amor diferente, especial y profundamente humana. Una historia que une a dos personas, Maribel y Alan, a través de una experiencia compartida con el Párkinson, pero que trasciende cualquier diagnóstico para transformarse en algo más: amor, sosiego, diversión y entendimiento. Un caso poco común que nos recuerda que incluso en medio de las dificultades, puede florecer lo inesperado y hermoso.

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El Movimiento es Vida: una Mirada Personal Sobre el Deporte y el Párkinson

Cada persona transita la enfermedad de forma distinta. No hay un único camino ni una única manera de enfrentar el malestar. Lo que para unos es alivio, para otros puede ser inalcanzable o incluso frustrante. Y eso está bien. Lo importante es no olvidar que, en medio de todo, cada uno tiene el derecho —y en algunos casos, el deber— de compartir su experiencia si con ello puede aportar luz o aliento a otros.

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En la Enfermedad y en la Fortaleza: el Viaje de un Marido a Través del Párkinson, el Amor y la Vida.

Hace diez años, estábamos sentados en la consulta de un médico y escuchamos la palabra Párkinson.El mundo no dejó de girar, pero para nosotros, se sintió como si lo hiciera. Mi corazón se encogió, mis pensamientos se dispersaron, y la miré a ella—mi esposa, mi mejor amiga, la persona más fuerte que conozco. Ella tomó mi mano, tranquila y firme, y en ese momento supe: íbamos a enfrentarlo juntos.

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Acerca de mi

Me llamo Marta, tengo 54 años, y aunque a veces cuesta creerlo, llevo casi una década conviviendo con el párkinson. Todo empezó cuando tenía 45 años, una edad en la que jamás imaginé que algo así me pasaría. A esa edad era una mujer llena de energía, deportista, optimista por naturaleza, siempre moviéndome entre el trabajo, mi familia y mis entrenamientos. Me encantaba correr, hacer deporte y nadar. Mi vida estaba llena de planes, de proyectos, y pensaba que la salud sería algo que me acompañaría siempre, o al menos durante mucho más tiempo.

El primer síntoma fue algo tan sutil que lo ignoré: un leve temblor en mi mano izquierda. Al principio pensé que era el estrés, el ritmo de vida tan agitado que llevaba, o quizá alguna lesión menor de las que a veces se sufren sin darse cuenta. Pero con el tiempo, el temblor no se fue, al contrario, empezó a intensificarse, sobre todo cuando intentaba estar quieta o relajada. También noté que mis movimientos eran más torpes, que me costaba más escribir o cepillarme los dientes pero seguía pensando que sería pasajero.

Hasta que llegó el día en que decidí enfrentar la realidad y fui al médico. Tras una serie de pruebas, el diagnóstico cayó como una losa: párkinson. Recuerdo sentir una mezcla de incredulidad, miedo y, curiosamente, un poco de alivio, porque finalmente tenía una explicación para lo que me estaba ocurriendo. A pesar de eso, no podía dejar de pensar: "¿Párkinson? Pero si solo tengo 45 años, esto le pasa a la gente mayor, no a alguien como yo que no para y se cuida". Sin embargo, el párkinson no tiene edad. El mío era lo que se conoce como Parkinson "de inicio temprano".

El primer impacto fue duro. No por la enfermedad en sí, sino por la incertidumbre de no saber cómo afectaría mi vida. Me preguntaba si podría seguir practicando deporte, si mi independencia se vería comprometida, si mis hijos y mi marido tendrían que convertirse en mis cuidadores antes de lo previsto. Hubo días en que me dejé llevar por la tristeza, cuando la rigidez en mis músculos me recordaba que había algo dentro de mí que no tenía cura. Pero esos momentos no duraban mucho, porque, como siempre me he considerado una persona optimista, decidí que el párkinson no me iba a quitar lo que soy.

Me aferré al deporte como a una tabla de salvación. Seguí entrenando, aunque algunos días el cuerpo no respondía igual. Adapté mis entrenamientos, con la ayuda de fisioterapeutas y entrenadores especializados, pero nunca dejé de moverme.

Comencé a ayudar a otras personas como yo con el ejercicio, que ha sido siempre mi aliado, me ayuda a mantener la flexibilidad, la fuerza y, lo más importante, me recuerda que aún tengo control sobre mi cuerpo. Claro que ya no puedo rendir como antes, pero no se trata de eso. Para mí, cada paso que doy es una pequeña victoria.

El párkinson me ha enseñado algo valioso: a vivir en el presente. Antes de la enfermedad, siempre estaba mirando hacia el futuro, haciendo planes. Ahora valoro lo que tengo en este momento, cada día que me siento bien es un regalo. No quiero mentir, hay días malos, días en los que siento que el temblor y la rigidez me roban parte de mi energía, pero trato de no dejar que esos días definan mi vida. Afortunadamente, el párkinson no ha tocado mi espíritu, mi sentido del humor sigue intacto, y aunque a veces necesito más tiempo para hacer cosas que antes hacía con facilidad, me sigo sintiendo capaz.

Mi familia ha sido fundamental en todo esto. Mi marido, mis hijos, mis amigos, todos han aprendido conmigo lo que significa vivir con párkinson. Nunca me he sentido sola, ni siquiera en los momentos más duros. No me ven como una enferma, sino como la Marta de siempre, la que se ríe con ellos, la que hace bromas sobre sí misma cuando algo no sale como esperaba. Ellos me han enseñado a aceptar ayuda sin sentirme débil.

En estos nueve años, he aprendido que el párkinson no me define. Soy Marta, una mujer de 54 años, optimista, luchadora, amante del deporte y la naturaleza, y también una mujer con párkinson. El diagnóstico fue solo una parte de mi vida, no el fin de ella. He descubierto que la resiliencia es algo que no sabía que tenía, pero que está ahí, dándome fuerza todos los días. Y si algo me ha enseñado esta enfermedad, es que siempre hay una manera de seguir adelante, de encontrar la luz en la sombra.